Un globo, un niño, un tractor

Un espía entre los nuestrosDm1gM-_XoAAqYS8

¡Eureka, ya tengo la respuesta! Por fin he entendido la mente indepe… ¿Cómo lo he conseguido? Vamos allá.

El pasado día 11 me infiltré entre la multitud de la Diada, como si fuese un antropólogo curioso. Gente sonriente con sus camisetas de un color chillón, niños con globos y caras pintadas, personas de edad avanzada a las que les brillaban los ojos, mientras murmuraban palabras ininteligibles. Avancé durante minutos, aparecieron unos gigantes y cabezudos. Más adelante, una extraña pareja tocaba un instrumento celta (o eso me pareció), un corrillo de gente les rodeaba. Familias que caminaban abrazadas con una mueca indefinible en la cara (no sé, como si viviesen una epifanía mística). Finalmente, los elefantes, perdón, los tractores. Lágrimas por los presos. Por supuesto, lazos amarillos que atados de mala manera dejaban un paisaje que parecía sacado de una escena de terror ¡Ah, y como azucarada guinda al pastel, unos discursos tan empalagosos que me dieron arcadas! Dulce alegría. Felicidad acaramelada.

Som República! Cuando la hagamos efectiva todo será maravilloso, la corrupción desaparecerá, seremos la Dinamarca del Sur. Sobrarán los recursos. Escaparemos del Estado español, opresor y maligno. Seremos verdaderamente libres. Nos lo pasaremos pipa.

El Proces es una secuencia de performances. Una especie de rito tribal y festivo, en el que todo es gratis y no hay riesgo de nada.

Oiga, creo que me voy a hacer indepe… ¡Es todo tan fácil, tan imbatible que no entiendo por qué he tardado en darme cuenta! Arrastrado por la multitud sentía que participaba de algo mesiánico, superior. Alto, alto… ¿Qué me está pasando? Me escabullí del río de sonrisas (un tanto diabólicas) y me senté en una terraza con una cerveza helada. Entonces volví a ser un observador y llegó el ataque de lucidez: el Proces es una secuencia de performances. Una especie de rito tribal y festivo, en el que todo es gratis y no hay riesgo de nada. Confirmé que nadie se preguntaba nada, que todo vendría rodado. Y ahora sí, hemos llegado al quid de la cuestión. Vamos al siguiente párrafo.

Ningún líder independentista ha tenido la suficiente honestidad para explicar cuál sería el precio de ser una República. Lo que los economistas llaman, los costes de transición. Cuántas empresas huirían. El paro masivo. Fractura social, conflicto civil. Los riesgos de estar fuera de Europa y de su paraguas financiero. Ningún dirigente, ni por supuesto periodistas afines a la causa, han planteado que detrás de todo el sueño, hay un coste enorme ¡Bah, dirían algunos, sólo serían unos años! Vale hago un acto de fe, supongamos que sí, pero… ¿cuántos? ¿10? ¿15? ¿Ha pensado usted que ya no podría ir de vacaciones a la Costa Brava? ¿Qué no podría pagar la hipoteca? ¿Salir a cenar a un buen restaurante? ¿Que quizá no tendría ni subsidio de desempleo? Etcétera, etcétera, etcétera… Alrededor de 5.000 empresas ya se han ido, no son preguntas descabelladas,  y sino que se lo pregunten al sector turístico. Miren, yo puedo entender —haciendo un esfuerzo— la deshonestidad y mentiras de los políticos independentistas ¡pero no me cabe en la cabeza que los votantes no se lo pregunten! Y que tampoco se pregunten por qué, por ejemplo, han de esperar a la República para erradicar la corrupción. Y así llegamos a la conclusión final.

¿Ha pensado usted que ya no podría ir de vacaciones a la Costa Brava? ¿Qué no podría pagar la hipoteca? ¿Salir a cenar a un buen restaurante? ¿Que quizá no tendría ni subsidio de desempleo?

Estos votantes no son estúpidos. Fíjense que cuando se declaró la independencia una enorme mayoría de catalanes se quedó en casa, y otra enorme mayoría no secundó el intento de huelga general, incluso se enfrentaron a los piquetes. Se acercaba la temporada de esquí, y no estaban para tonterías: nadie quería pagar ningún precio (ni caro, ni barato) por una difusa promesa de un país de las maravillas. Es que en Cataluña se vive muy bien. Es cierto, no hacen preguntas, y no lo hacen porque no les gustarían las respuestas, y es muy cómodo ser indepe de postureo.

Y eso es el Procés, amigos: un niño con la cara pintada, un adulto con un globo en la mano, y un paseo en tractor. Sin preguntas.


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