El último referéndum

Un espía entre los nuestros

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Quim Torra, el presidente de la Generalidad, lo ha dejado claro: en un futuro indeterminado se convocará, con el beneplácito del Estado o sin él, un nuevo referéndum de autodeterminación, el último, el definitivo. Los anteriores han sido sólo ensayos. Ante ese umbral sin retorno, con la papeleta en la mano, a muchos quizá les asalten las dudas… 

 

Urna sonriente delante, papeleta en la mano. El indepe, de repente, duda. Él o ella, que ha ido a todas las manifestaciones del 11S, que se ha pintado la cara de amarillo, que se encerró un domingo en una cárcel portátil, en la plaza de Vic, que no se ha perdido ninguna performance.  ¿Por qué duda, qué le pasa?

¿Libertad? De golpe se da cuenta de que ya hace lo que le da la gana. ¿Economía? Pues ahora que caigo, cada fin de semana me voy a la Costa Brava y ya estoy poniendo cera a los esquís. ¿Corrupción? España no es precisamente un modelo, pero en Cataluña sí somos modelo de corrupción sin castigo. ¿Gestión? Hm… Y más Hm… Mentalmente revisa las iniciativas del amado Govern… ¡La leche cruda! ¿Qué más? Se rasca la cabeza… y sólo es capaz de recordar al president con la ratafía. ¿Calidad democrática? Poseído por una extraña lucidez su mente —¡milagro! (eso lo digo yo)— construye la imagen de un gobierno del PP derrumbado por la suma de votos de la oposición, mientras que en Cataluña Convergencia ha cambiado de nombre y sigue en el poder. ¡Pim, pam!

Nuestro amigo o amiga convierte la duda en un temblor paralizante, la mano se niega a moverse. El corazón empuja, pero el cerebro frena. Finalmente la mano avanza lentamente… El combustible son los mensajes de sus líderes, “los españoles son unas bestias”. Pero ahora se da cuenta —gracias a Dios ha viajado— que la gente en España es amable, y que un puñado de idiotas los hay en todas partes. Es más, sintió que todos compartían una forma de ver la vida, la del sur de Europa, los bares, el sol, cierta alegría de vivir (bueno, excepto cuando va a las manifestaciones).

Con un gesto de paroxismo, la mano izquierda empuja a la derecha hacia la ranura de la urna. Un grupo de curiosos le rodea, nunca han visto un rostro con una contorsión tan extrema. Ahora son los dedos los que no sueltan la papeleta del Sí a la República. Bañado en sudor se agarra a la promesa de un país mejor.

Un gruñido resuena en su cerebro… ¿Seguiremos en Europa? No parece que la UE se anime a crear un precedente y la Unión estalle para volver a 1.930. Las imágenes de sus dirigentes indepes con la ultraderecha finlandesa, italiana, austríaca, etcétera, ayudan poco. ¿Y por qué se han ido más de 3.000 empresas? ¡Hasta la Generalitat lo ha reconocido! Dios mío… ¿Y si me quedo en paro?. Maldita lucidez, nadie le ha explicado el precio que tendría que pagar. Lo poco que ha leído, a desgana, sobre los costes no le interesaba demasiado, pero en estos malditos y decisivos segundos —¡milagro! (eso lo digo yo)— sí le interesa. La astronómica deuda de Cataluña… ¿qué banco les prestará dinero?, ¿cómo se pagará la sanidad, las pensiones, educación, seguridad? Un amigo suyo, también indepe amarillo, le dijo que sólo serían unos años, pero… ¿cuántos?

El temblor que recorre su cuerpo se transforma en indignación. Nadie les ha explicado nada, sólo que serían libres y que comerían perdices. Nuestro amigo (o amiga) no es idiota, y sabe que sus amados líderes seguirán viviendo muy bien. Recuerda cómo se enfadó cuando un conocido unionista le contó que los líderes pro Brexit simplemente han desaparecido, y que ahora se acerca el pánico. ¿Por qué nadie les ha explicado nada? ¿Por qué no ha visto en su TV3 ningún debate sobre este tema? —¡porque no les interesaba! (eso lo digo yo)—, ¿por qué nos les ha llegado ni un triste folleto?

La urna sonriente aparece antes sus ojos como una urna que le mira enfadada. Ahora el corrillo de gente se ha convertido en una multitud. Las contorsiones se han extendido por brazos y piernas. Finalmente una extraña relajación invade su cuerpo; arruga el sobre y se lo mete en el bolsillo.

Y se va feliz al bar, a tomar unos callos a la madrileña y una cervecita, que mañana será otro día y seguirá siendo libre. Y se dice para sus adentros… ¡Ya iré a la siguiente mani!

Joan Puig


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