Noriega se aparece en Miraflores

noriega-miraflores-interior¿Cómo puedo abandonar el poder si tengo la certeza de que dirigentes políticos de medio mundo quieren que sea juzgado por el Tribunal Penal Internacional (TPI)? -pensará el sátrapa venezolano-.

Esta instancia jurisdiccional, creada en 1998 para perseguir y condenar a los responsables de crímenes contra la humanidad (asesinato, exterminio, deportación, tortura, violación, persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales… cometidos como parte de un ataque sistemático o generalizado contra una población civil) ha sido el último paso en la criminalización de la política.

Dicen que es un avance del llamado Estado de Derecho. No dudo de sus méritos.

No obstante, ha convertido la política en una actividad harto peligrosa a fuer de intentar que la violencia desaparezca de la faz de la tierra. Curiosa paradoja.

Desde la popularización mediática del delito de lesa humanidad, el político sólo tiene dos alternativas: o se convierte en un «bambi» hipócrita («soy un Ministro de Defensa y prefiero que me maten a matar» -José Bono, mayo 2005-) o se declara dictador (Maduro et alii).

Es indudable que el opresor caribeño es el responsable de la ruina de su país, pero si alguien tiene duda (Rusia, China, México, Bolivia, Cuba… y Pablo Iglesias la tienen) de que haya cometido delitos de lesa humanidad, la pretensión de EE.UU, Francia, Brasil, Colombia… y Pablo Casado, de que sea juzgado por el Tribunal Penal Internacional puede despejarlas.

Es la «paradoja de las consecuencias» de las que hablaba Max Weber: cuando con una decisión quieres conseguir un resultado, la realidad te ofrece lo contrario de lo deseado.

La posmoderna espada de Damocles para políticos vencidos, esto es, el delito de lesa humanidad; pone al dirigente ante una terrible decisión: si se entrega sabe que morirá en la cárcel; si no lo hace, tendrá que utilizar la violencia hasta el final para evitar ser capturado y juzgado por delitos de lesa humanidad.

Veamos, si no, un par de casos paradigmáticos.

El panameño y ex agente de la CIA, Manuel Antonio Noriega, después de entregarse al ejército de EE.UU. el 3 de enero de 1990, estuvo encarcelado en aquél país hasta que el 27 de abril de 2010 fue extraditado a Francia, siendo devuelto a otra cárcel en Panamá el 11 de diciembre de 2011. Murió en 2017 en arresto domiciliario hospitalario mientras esperaba nuevos juicios.

El tirano Bashar al-Asad, actual Presidente de Siria, a día de hoy sigue perpetrando crímenes contra la humanidad porque sabe que si deja el poder el destino le tiene preparado un bonito banquillo en el Tribunal Penal Internacional.

La enseñanza de estos dos casos para los déspotas acabados políticamente es que nunca deben abandonar el poder, pues la muerte es preferible a la pérdida del poder.

Por ello, el delito de lesa humanidad y el principio de jurisdicción universal, sin entrar en su concurrencia, dificultan en grado sumo el fin no violento de los autócratas batidos, pues prolongan el conflicto, lo encarnizan, al convertir la justicia internacional en la continuación de la guerra por otros medios.

En este contexto, para los sátrapas deslegitimados ante su pueblo su mejor alternativa es aferrarse al poder como única forma de evitar que se les aplique el dizque derecho penal internacional.  

Parece que el venezolano Guaidó entiende el problema y está estudiando la posibilidad de conceder una amnistía a Maduro.

Quizás alguien le ha recordado algún ejemplo.

Yo traigo aquí el caso de Ben-Alí. El Presidente tunecino hasta enero de 2011, abandonó el país rumbo a Arabia Saudí a resultas de un levantamiento popular.

Gracias a la monarquía de la península arábiga, los tunecinos no sufrieron crímenes contra la humanidad por parte de Ben Alí, pues éste no necesitó cometerlos para seguir viviendo.

De hecho, nunca fue juzgado por ese delito, aunque enfermo en Arabia Saudí y con 75 años, fue condenado en rebeldía en 2012 por un tribunal militar de su país a 20 años de prisión.

Un exilio del tirano no sería mal final a la pesadilla que para el pueblo está suponiendo la República Bolivariana de Venezuela.

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Jorge Sánchez de Castro Calderón

Puedes seguir a Jorge en Twitter  y también en su blog «El único Paraíso es el fiscal» 

Estuve en la Facultad de CC. Políticas de la Complutense antes que Pablo Iglesias. Allí vi a gente de lo más variopinta… Un miembro de la Casa Real; un magistrado del Tribunal Supremo, que me anunció dónde iba a llegar, y hasta un gran maestro marxista que mudó en consejero «black». También conocí a Tocqueville, a Marx, a Maquiavelo y al sabio español Dalmacio Negro. Incluso a Kelsen y Carl Schmitt, cuya disputa intelectual creo que ganó Don Carl. Si con esto no les basta, les invito a entrar en Ataraxia Magazine o en mi página «El único paraíso es el fiscal».
 

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