La invasión de los patinetes eléctricos

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O cuando el mero hecho de caminar por las calles de nuestras ciudades se convierte en deporte de alto riesgo

 

Los patinetes eléctricos son los últimos invasores de las aceras españolas. Se suman así a los consabidos obstáculos que pueblan ese pobre espacio que le queda al peatón para caminar después de que todos los demás, desde los automovilistas a los ciclistas, hayan visto satisfechas sus aspiraciones: bolardos, pivotes, marquesinas, maceteros, mobiliario para encadenar bicicletas aparcadas, motocicletas, ciclomotores y un larguísimo etcétera de cosas que el ciudadano de a pie –nunca mejor dicho– debe esquivar si quiere caminar por la ciudad. Esto es especialmente clamoroso en el centro de Madrid, Barcelona y otras capitales que han hecho de la “movilidad” una de sus banderas. Frente a la idea de transporte –a uno lo llevan de un sitio a otro en medios públicos o se desplaza en uno privado propio o ajeno- ha ido ganando terreno la autonomía propia del que “se mueve” según le plazca empleando en cada caso lo que le convenga, desde el velocípedo hasta el tranvía.

8896235152254169211El gran excluido de esa movilidad, paradójicamente, es el peatón, cuyo espacio es habitualmente invadido por personas irresponsables, descuidadas o simplemente egoístas. Esto no comprende –huelga decirlo- a la mayoría de los ciudadanos que van en bici, patinete o cualquier otro vehículo, pero creo que tampoco son casos tan aislados como nos gusta creer. En el centro de Madrid, las aceras de calles como Fuencarral y Hortaleza, por ejemplo, exigen del peatón la máxima concentración para que no los atropellen los repartidores de Glovo, Deliveroo u otras plataformas de servicio a domicilio. A mí han estado a punto de atropellarme varias veces. En una ocasión, salí corriendo detrás del ciclista, pero no puede darle alcance. No tenía una matrícula que lo identificase y su empresa de reparto ni siquiera lo tenía como empleado, sino como autónomo. Lo mismo le ha sucedido a mi padre solo que, en su caso, eran personas que, con un semáforo en rojo, decidieron cortar por lo sano y meterse por la acera a la altura del paso de cebra. Se dirá que esos eran malos ciclistas. Sin duda, la mayoría no son así, pero insisto en que algo está pasando en nuestras ciudades.

«De la urbe nació la urbanidad, esa forma refinada de educación que aspira a mostrar, al mismo tiempo, respeto y educación mediante la amabilidad en la convivencia. A veces, siento que soy un bicho raro que saluda al entrar en un ascensor o cede el paso en las puertas.»

De la urbe nació la urbanidad, esa forma refinada de educación que aspira a mostrar, al mismo tiempo, respeto y educación mediante la amabilidad en la convivencia. A veces, siento que soy un bicho raro que saluda al entrar en un ascensor o cede el paso en las puertas. La vieja regla –que no necesitaba figurar ni en los carteles del metro- exigía que los jóvenes se levantasen para que las personas mayores, las mujeres embarazadas, las personas con discapacidad o quienes llevaban niños en brazos pudiesen sentarse. Por desgracia, hace tiempo que ya ni siquiera se presta atención a quien va a nuestro lado. La combinación del teléfono móvil y los auriculares con música a un volumen ensordecedor –el otro día asistí a un concierto de reguetón de 40 minutos gracias a un joven que iba dos filas de asientos más atrás en el autobús- nos aísla tanto que es necesario tocar el hombro de quien nos rodea para preguntarle si se apea en la próxima. A veces, la cara de desagrado por el leve roce va pareja a la molestia que genera la salida del ensimismamiento.

«La turistificación, la gentrificación, la uberización de la economía y otros fenómenos de las ciudades contemporáneas está dejando los lugares que tanto he amado casi irreconocibles.»

A mí me gusta muchísimo pasear y siempre que puedo voy a los sitios andando. He visto con tristeza cómo los centros de Madrid, Barcelona y otros lugares de España se han ido deteriorando en los últimos años. La turistificación, la gentrificación, la uberización de la economía y otros fenómenos de las ciudades contemporáneas está dejando los lugares que tanto he amado casi irreconocibles. Las estrechísimas aceras de Chueca apenas son transitables en determinados días en que los arrendatarios de pisos de alquiler turístico llegan o regresan en grupo arrastrando las maletas. El deterioro del Raval -¡cómo me Síguenos en Twittergustaba y cómo lo añoro!- me ha dejado una tristeza como la que destila “En construcción”, la película de Guerín sobre el Barrio Chino. La proliferación de kebabs, pizzerías, tiendas de recuerdos y franquicias está matando el espíritu de esos barrios. Las vinotecas, los sushis, los woks y otros negocios han sustituido al comercio tradicional que satisface las necesidades de los vecinos del barrio y no las de los turistas y los visitantes del fin de semana. Incluso cuando se han ensanchado las aceras, los grandes beneficiados han sido los manteros, que ahora disponen de mayor superficie para desplegar su mercadería. Caminar por ellas sigue siendo una carrera de obstáculos. A veces, evito ciertos lugares a determinadas horas porque me he cansado de los empujones, los quiebros y los recortes para que no me atropelle algún vehículo de los que van por la acera.

Síguenos en FacebookEl jueves pasado, por la mañana, me encontré varios patinetes de los que ofrece Uber tirados por la acera del Paseo Juan XXIII. No eran ni las 10:00 de la mañana. Puse un tuit y las respuestas me mostraron que no soy el único que se siente preterido como peatón y como ciudadano. La movilidad no debería hacerse a costa de quienes no tienen otro espacio para caminar que la acera. Piensen en las personas mayores –bastones, andadores- o en quienes van en silla de ruedas o necesitan muletas. Piensen en las personas ciegas. Piensen, en suma, en todos los que no pueden o no quieren hacer de cada calle una pista americana.

Seguro que también hay peatones imprudentes, egoístas e irresponsables que hacen lo que les da la gana, pero creo que el riesgo que asumen de ser atropellados al cruzar por sitios indebidos o caminar por la calzada es proporcional –o tal vez mayor- a la infracción que cometen. En cambio, el atropello de una persona por un ciclista o un patinetista puede quedar incluso impune.

P.S. No creo que Madrid Central o iniciativas similares sean la solución a los problemas que menciono en esta columna, pero de eso hablaremos otro día.

Ricardo Ruiz de la Serna-FirmaTiene perfiles en Twitter, en Facebook y en Instagram.

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Ricardo Ruiz de la Serna, entre otras cosas, escribe crítica de cine y libros. Le gustan el blues, el klezmer y el flamenco. Lee con devoción a Joseph Roth, a Bashevis Singer y a Anna Ajmatova. Es taurino, viajero y coleccionista. Ama el mar, el desierto y la montaña. Toma el café como los árabes, el té como los marroquíes y el arroz como los chinos. 

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