El santuario del patrimonio

Captura de pantalla 2019-03-18 a las 16.54.16Sociedad

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Las opacas fuentes de los ingresos o el inviolable santuario del patrimonio…

Por Juan Poz

Hablar de dinero, y más concretamente del salario y del patrimonio, es algo que va más allá de lo que solemos entender por privacidad o propiedad privada: cae de lleno en el ámbito de lo sólo equiparable a los «secretos de Estado», esto es, a las «cloacas del poder», de las que tan gráfica como maquiavélicamente hablara Felipe González en su día. Popularmente suele repatear que el Fisco haya de saberlo todo y quienes pueden, como es público y notorio, se inventan mil artimañas pseudolegales, por personas y/o empresas interpuestas, para volver opaco lo que acaso debiera ser de dominio público. Ni siquiera entre los autodenominados progresistas está bien visto eso de que se sepa «cuánto gana» uno o cuál sea el patrimonio que ha ido acumulando. Nos cruzamos unos con otros por la calle, vecinos, amigos, familiares y desconocidos, y si supiéramos la verdad de esos ingresos nos llevaríamos un chasco tremebundo. Aún recuerdo la estupefacción de un amigo que aprobó las oposiciones a profesor de Secundaria, y pasó de ganar 40.000 pesetas a 70.000, cuando se enteró de que la tía de una amiga suya ganaba 75.000 ¡despachando billetes en el metro!  Ya entonces el «misterio de los salarios patrios» era para mí motivo de reflexión, sobre todo porque en la casa familiar el «sobre» con el salario del padre, que se guardaba en el armario de su dormitorio —junto a la pistola, por cierto…—, jamás en una entidad bancaria, nunca llegaba con sobrante a final de mes, y si había por medio alguna compra imprescindible, de esas que antes eran «de primera necesidad» y que ahora parecen «de último capricho» (los de tantos y tantas consumistas que llenan su ocio con actividad tan deleznable), no había más remedio que pedir un anticipo.

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En la era de la hiperinformación, de la glásnost, de la transparencia, de las «nóminas de los políticos sobre la mesa», el misterio del salario de los amigos y vecinos, y hasta de los familiares, constituye un enigma que no lleva trazas de ser resuelto. Socialmente se considera una impertinencia y una grave falta de educación hacer una pregunta como: «¿Y tú cuánto ganas al mes?» Y si alguien se atreve a formularla, no es extraño que se encuentre con un: «¿Y a ti qué te importa?» que aborta la conversación de forma expeditiva, seca, malencarada y definitiva. Hay personas para quienes la violencia de una respuesta así les resulta imposible de ejercer y, delatándose con una sonrisa conejil, se escabullen con un «mucho menos de lo que tú te imaginas», que nos fuerza a multiplicar por 2 o por 3 lo imaginado.

0287_BANNER_300x250_GIF_V01_CHICO_PLAYA_VANGUARDIAIgnoro si en todos los países sucede lo mismo, pero tengo la impresión —corroborada por años y años de reflexión y conocimiento de datos al respecto— de que la anárquica estructura de sueldos o ingresos de nuestro país refleja una realidad social en la que la formación apenas cuenta para establecer expectativas razonables sobre lo que un trabajador puede llegar a cobrar según sea su formación. De hecho, no deja de ser una de las grandes ironías de nuestra organización social que un buen número de nuestros investigadores, de cuyo trabajo depende en buena medida el desarrollo económico del país, formen parte del ejército de mileuristas, si es que llegan. Todos solemos ser muy reacios a confesar nuestros ingresos: nos parece un acto de nudismo exhibicionista. Si cobramos poco, porque no queremos airear nuestras miserias; si cobramos mucho, porque no queremos ofender a los que cobran menos y están cerca de nosotros. Pero lo objetivo es que en ningún otro país como el nuestro dista tanto lo que se cobra de lo que se merece cobrar en función de la formación y de la dificultad intrínseca (tecnológica o intelectual) del trabajo en sí.

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Por otro lado, y no es el menos importante, hemos de considerar el nivel de las retribuciones en función de la responsabilidad que se asume. Un caso paradigmático es el del presidente del Gobierno, cuyo sueldo, 82.978€ anuales, es amplísimamente inferior Síguenos en Twittera lo que gana el impresentable Torracista, jefe de bandoleros de la Particularidad: 146.926€, teniendo en cuenta el muy diferente nivel de responsabilidad de cada uno de ellos. De ese tenor podemos multiplicar los ejemplos y, según el caso Bárcenas, también las corrupciones. Quienes viven del sueldo de funcionario saben bien el escaso valor  que ha tenido siempre su sueldo, en comparación con la «empresa privada», por más que ahora, en tiempos de crisis, a todos les parecen «un lujo» esos sueldos públicos. Ya nadie parece querer acordarse de cuando un encofrador, en los buenos tiempos del ladrillazo, ganaba su hermoso millón de pesetas mensuales.

Sí, necesitamos una revolución copernicana en la estructura laboral de retribuciones. La ley de la oferta y la demanda, tan importante, no puede pasar por encima del mérito, de Síguenos en Facebookla formación, de la competencia y de la responsabilidad. ¡Cuantísimo caudal humano no se ha llevado por delante la ceguera de nuestros políticos! ¡Cuantísimos jóvenes, para quienes el estudio ha sido, es y será, una auténtica «bicha», acaso por influencia del medio social en que viven, no son ahora ni-nis patéticos que acaso tendrán que ir pasando de subvención en subvención hasta la jubilación final con una paga de miseria. Casi casi es aquella chistosería del vivir de los padres hasta poder vivir de los hijos, que se proclamaba como el ideal de la pigricia patria… 

Juan Poz-FirmaPuedes seguir a Juan Poz en Twitter como @JuanPoz9 y también en su excelente blog de crítica cinematográfica «El Ojo Cosmológico de Juan Poz» y en su blog de crítica literaria «Diario de un artista desencajado»

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