¿Vamos a hacernos daño, doctor?

Captura de pantalla 2019-03-18 a las 16.54.16Sociedaddentista-interiorUna extracción sanguinaria en el pozo molífero. La resistencia radical al sacamuelas: una historia de terror… O como dijo W. Busch: «Solo en el agujero de la muela está la mente y el alma del que sufre.»

Hacía mucho tiempo que, tras unos años de empastes y puentes de plata a la caries que se derrota.., no pasaba por el taller dental de reparaciones, en este caso para una avería de consideración: la rotura de la penúltima muela del lado derecho. Cuando el dentista me aplazó la extracción una semana, porque necesitaba planificarla en la agenda para no tener la presión de pacientes que aguardasen, comencé a intuir que extracción y ejecución, a pesar de sus diferencias físicas, eran palabras especulares: reflejaban ambas el mismo sufrimiento.

Llegué confiado, porque tengo a gala cumplir literalmente lo de “ponerme en sus manos” en todo lo referente a la salud física —para la mental prefiero la autogestión (autosugestión incluida)—. Atiborradito de anestesia, porque la batalla se avecinaba a cara de perro, pronto advirtió el sacamuelas que la extracción más lo iba a ser de hidrocarburos que de raíces. A poco de hacer presa en el poco resto que quedaba de la pieza, una ruina frágil y quebradiza, oí cómo se iba haciendo añicos, o trizas, que me apremió a ir escupiendo. Sin cuerpo molar en el que hacer presa con las tenazas, se afanó en “hacerle sitio” a la corona de las raíces para poder atenazarla, tumbando a derecha e izquierda esas raíces solidificadas con tal fuerza que ya me veía yo con una fractura de quijada. Usualmente extraer significa tirar hacia arriba; pero al no tener por dónde hacerlo, mi sudoroso sacamuelas se empeñó en hundirme las encías para que aflorara la cabeza de las raíces y tener algo a lo que agarrarse. La inusitada presión que hacía hacia abajo en la mandíbula comenzó a inquietarme.

Con la fresadora intentaba “abrir sitio”, mientras la auxiliar me apartaba la lengua con el instrumental para evitar un corte que me dejara sin habla o con un habla de lengua cortada… Con cuatro manos en la boca y una de ellas pugnando por llevarme la quijada a la altura de la cintura, el asustado perforador me insistió: «Si duele, dígamelo…» Indefenso, abrí los ojos como abre sus puertas El Corte Inglés el primer día de rebajas, pero fue en vano, porque en aquel pasmo entendió el doctor lo que quiso: que podía continuar. Llegó un momento, sin embargo, en que saqué las manos de debajo del “campo estéril” que me colgaba del cuello, y exigí un alto: se había apoyado con tanta vehemencia, dada la dificultad de la extracción, en la boca, que estaba a punto de partirme el labio inferior en dos. «Disculpe, disculpe…» Aprovechó para decir que quizás lo iba a tener que hacer en dos días, cuando las raíces se hubieran aflojado un poco. Apenas lo acababa de decir cuando me extrajo el primero de los tres trozos en que se dividieron las raíces. Cada vez que me ordenaba enjuagarme, arrojaba a la escupidera una auténtica hemorragia que a él no pareció impresionarle en modo alguno.

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La perforación había dado ya su primer fruto y, sin miramiento alguno, volvió a la carga (en expresión literal) para conseguir extraer las dos partes restantes. Multiplicando los esfuerzos e introduciendo un gancho que descendía dolorosamente entre la encía y la raíz, hizo presa en ésta y comenzó a halar, como en esa competición rural de soga, hasta que arrastrando al equipo contrario de mi dolor hasta el límite que, traspasado, marcaba su derrota, apreté los puños y lo miré con un conato de llanto en el lagrimal. En ese momento tuve la convicción de que ese ser armado era Leatherface, de que estábamos en una de las escenas más sádicas, y de que la película —sin la tontería esa de “se sube el telón y se ve…”—,  no era otra que «La matanza de Texas«. Hice acopio de valor valleinclanesco y me dije que si él aguantó sin anestesia la amputación del brazo, yo no iba a ser menos y que, ya puesto en el brete del destructor menester, lo propio era que acabara el sacamuelas su aliviadora faena.

«En ese momento tuve la convicción de que ese ser armado era Leatherface, de que estábamos en una de las escenas más sádicas, y de que la película —sin la tontería esa de “se sube el telón y se ve…”—,  no era otra que «La matanza de Texas«»

Que sonriera, si es que mi mueca podía tomarse por una sonrisa, no sin cierta crispación, le dio ánimos, y a mí un motivo para desviar la atención del dolor inhumano que me estaba deparando la extracción: recordé el chiste del paciente que, cuando el dentista entra con el torno hacia la muela, lo agarra por los cojones y le dice: «¿Verdad, doctor, que NO vamos a hacerNOS daño…?» Comencé a sufrir ciertos calores andropáusicos, 0287_BANNER_300x250_GIF_V01_CHICO_PLAYA_VANGUARDIAunas palpitaciones taquicárdicas y la difusa sensación de que en cualquier momento iba a partirme la quijada en dos, a juzgar por la brutalidad con que hundía el perímetro de la encía para hacer presa en las raíces y poder, finalmente, extraerlas. Sacó el segundo trozo y me comunicó su decisión de continuar, “¡en vista de que yo no me quejaba!” «Me va a tener que disculpar, por el daño, pero creo que ya va cediendo y que tenemos la oportunidad de rematarlo hoy…» Bajé los párpados con un amén de infinita resignación ante tan deletéreo mensaje, y aún no había llegado el párpado a cubrir del todo el globo ocular —¡tengo los ojos diminutos…!— cuando volví a sufrir la sensación de tener un chimpancé subido en la quijada, balanceándose hacia la izquierda y hacia la derecha, como empeñado en coger fuerza para dar un salto o en forzar la rotura de la rama. ¡Jamás creí que mi boca diera tanto de sí! El puño entero y contundente del sacamuelas se movía dentro de ella como si trabajara en una mina y hubiera encontrado una veta de un material tan precioso como duro y fijado a la roca. «Esto pasa por haber matado el nervio…» —me explicó, aunque no estuviera yo para oír otras palabras que no fueran: “¡Ya está!”, con las que llevaba fantaseando mi larga y buena media hora—. Me volvió a repetir lo del daño y se me fueron las cejas más allá del nacimiento del pelo, indicando que hacía rato que había superado con creces el umbral del dolor…

Libro Juan Poz-OK

Síguenos en TwitterEn el último estirón salió al fin la raíz que quedaba y, colgando de su punta, un absceso infectuoso. El dentista la miraba como los reales salvajes de la caza mayor contemplan los colmillos de los elefantes abatidos a traición. «Créame, esto ha sido una pequeña intervención quirúrgica, más que una extracción» —me dijo, aliviado—. «¿Ya está?» —pregunté ingenuamente, espoleado por la temblaera de mis piernas y la incipiente cefalalgia que comenzó a enseñorearse de mí—. Hice todos los enjuagues prescritos y, tumbado de nuevo en el sillón, me anunció: «Ahora le ponemos unos puntos y habremos acabado». No consideró oportuno renovar la dosis de anestesia, y cuando la aguja de coser me taladró los bordes del pozo molífero y sentí correr por los agujeros el hilo de los puntos, creí que ya no iba a poder retener el lagrimal… “¡Valor, Juan”, me repetía; pero la visión de aquella aguja curva, adecuada para coser mocasines de los indios navajos, logró que me desfallecieran las fuerzas, las parvas que aún me quedaban. Cada pinchazo lo sentía como si fuera víctima de un sádico sastre remendón que se hubiera vuelto loco…

Síguenos en FacebookLo peor, sin embargo, estaba por venir, porque aún faltaba “anudar” esos puntos, lo cual hizo mi verdugo apretando tanto la lazada sobre la tierna herida que creí que me iba a marcar cuatro cortes sobre un pan de molde sangriento… Me prescribió un antibiótico para ocho días y pasé al despacho a pagar. «Por esta operación y los puntos le voy a cobrar 200 euros» —me dijo, yo creo que incluso con el tono de quien insinúa: “Es un precio bien ajustado, ¿verdad?”—. Fuera por la tensión de lo sufrido, fuera por el sarcasmo tarifario, ahí ya no pude más y se me guillotinó la cabeza antes de que la mano acertara a sacar la maltratada y sedienta tarjeta de la liquidez crediticia… «Pilar, por favor…» —oí, volviendo en mí, que reclamaba ayuda el doctor—. Y no supe si querían reanimarme o tratar de hacerme recordar los números del pin de la tarjeta. Acabé de volver en mí, abrí el grifo de la cuenta bancaria y llegué tambaleándome hasta la calle…

Mañana me quitan los puntos.

Juan Poz-FirmaPuedes seguir a Juan Poz en Twitter como @JuanPoz9 y también en su excelente blog de crítica cinematográfica «El Ojo Cosmológico de Juan Poz» y en su blog de crítica literaria «Diario de un artista desencajado»

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Autor- Juan PozImagen de cierre de artículos

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