Día de lluvia en Nueva York

Publicidad La Vuelta al Año en 80 mundos.jpglluvia en NYork.jpgPlantilla Juan Poz

«Día de lluvia en New York», de Woody Allen, una película «deliciosa». The same old story… del cineasta neoyorquino en cuyas películas la ciudad no cede el protagonismo a la veta eterna de su autobiografía, tan archisabida como encantadora.


Título original: A Rainy Day in New York  Año: 2019 Duración: 92 min. País: Estados Unidos Dirección: Woody Allen Guion: Woody Allen Fotografía: Vittorio Storaro Reparto: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Selena Gomez, Jude Law, Diego Luna, Liev Schreiber, Annaleigh Ashford, Rebecca Hall, Cherry Jones, Will Rogers, Taylor Black, Kathryn Leigh Scott, Kelly Rohrbach, Edward James Hyland, Natasha Romanova, Suki Waterhouse, Griffin Newman, Claudette Lalí, Jacob Berger, Elijah Boothe, Dylan Prince, Olivia Boreham-Wing, Liz Celeste, Catherine LeFrere, Tyler Weaks, Chris Banks, Gurdeep Singh, Suzanne Smith, Geoff Schuppert, Deniz Demirer, George Aloi, Cole Matson, Marko Caka, Shannone Holt.


rainy-day-in-new-york-1200-1200-675-675-crop-000000.jpgMientras la fracción vandálica de los secesionistas tenía la ciudad de Barcelona patas arriba por la violencia tribal con que arremetieron contra la policía y la propia ciudad, ante la incomprensible pasividad del Gobierno Central, y para evitar que la espiral de tensión acabara impulsándonos a decisiones acaso heroicas pero irracionales, decidimos refugiarnos en el cine y asistir a un rito: ver la última de Woody Allen. Hace tiempo hablaban de que las impares eran las buenas y las pares, infumables. Por suerte, he olvidado el numero exacto y nos metimos en el cine como viejos espectadores de todo su cine, desde Coge el dinero y corre hasta la de hace unos días: Día de lluvia en New York.

Allen siempre ha sido un director muy europeo y en estos tiempos inquisitoriales del Me too hasta ha tenido que reconvertir su carrera y rodar más frecuentemente en Europa, no siempre con el mismo acierto: nefasto en Barcelona, maravilloso en Londres, curioso en París y descolocado en Roma. Pero él es, sobre todo, uno de los grandes creadores de la Nueva York fílmica, sobre todo en películas en las que la ciudad forma parte del elenco protagonista. No sucede en ésta, a pesar de haberla incorporado al título, más como reclamo que por la importancia de los exteriores en su película, muy intimista y desarrollada en muchos espacios cerrados, pero cada vez que aparece la ciudad, hay un mimo extraordinario en la selección de los espacios y en el cariño con que Storaro los capta para imprimir en los fotogramas esa luz de los días nublados que estimulan y hasta excitan al protagonista, amante de la melancolía, la tristeza y la luz tamizada, elementos todos ellos definitorios de su particular romanticismo.

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La historia de un fracaso amoroso que se inicia con el aparentemente absurdo enamoramiento de dos personajes antitéticos: una aprendiz de periodista en total excitación casi hormonal, porque le ha sido concedido el privilegio de ir a entrevistar a N.Y. a su director de cine favorito, y un estudiante sobradísimo que prefiere dedicarse a las partidas de póker y ganar una fortuna antes que sumergirse en los libros, piélago en el que se da a entender que ha vivido muchos años de su vida, a juzgar por sus amplísimas lecturas..

Deciden ir juntos a N.Y. con el pretexto de la entrevista que ha de hacer ella, para vivir un fin de semana romántico, aprovechando las ganancias del joven, lo que les permitirá hospedarse en un hotel de lujo, con vistas a Central Park y reservar mesa en un restaurante de lujo, experiencias con que él la quiere sorprender para expresarle el amor que siente por ella. Como cualquier espectador poco avezado puede imaginar, tan bellos planes se torcerán desde su llegada a la ciudad: se separan, ella para hacer una entrevista que se complicará de tal manera que la evolución de esa historia recuerda en parte el ¡Jo, qué noche!, de Scorsese, a fuer de los disparatados contratiempos que le acaecen y que la llevan incluso a aparecer en la televisión como la nueva amante de un afamado galán hispano, perfectamente encarnado, muy a lo Valentino, por Diego Luna, escena que él, lógicamente, acaba viendo, para su total decepción, aunque esta se expresa de tal manera que revela la incongruencia del planteamiento inicial, nada convincente, sobre el enamoramiento mutuo de ambos jóvenes universitarios.

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Abandonado por ella, el joven deambula por la ciudad de su adolescencia, porque es muy joven, y va encontrándose con su «pasado», si no resulta ridículo hablar de pasado para un joven de unos veintimuypocos años, y hasta acaba participando en el rodaje de un corto de un amigo que estudia cine: una escena de un beso con la hermana de quien fuera su enamorada, una Selena Gómez cuya existencia desconocía, se supone que a pesar de una fama cuyo origen ignoro, y que acabará teniendo una importancia decisiva en el devenir de los acontecimientos. Ya digo de antemano que, además en la escena del beso en el coche, en particular, esa actuación me parece lo más flojo de la película, algo que sorprende, porque el casting, cuidadísimo, nos depara actuaciones muy notables de Jude Law o Liev Schreiber, por ejemplo, pero solo en parte podemos estimar la de la última gran revelación en el mundo de la actuación que ha sido Elle Fanning. Está claro que su papel de “paleta” de la Usamérica profunda, desbordada por lo que ella considera el «glamour» de la crème de la crème del séptimo arte, no era fácil, y que sus «entusiasmos» de fan, a fuerza de verídicos, casi causan rechazo; pero no es menos cierto que el ensimismamiento en su futura proyección profesional, de la que la entrevista es solo un espectacular comienzo, da perfectamente el papel de enamorada «en precario», hecho que justifica por si solo el desarrollo de los acontecimientos.

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Si añadimos a una trama llena de vueltas y revueltas de auténtica screwball  comedy, la trama de ella, la vertiente familiar de él, no exenta de momentos hilarantes como el del deseado divorcio de su hermano a causa de la risa de su mujer o la delicada revelación de la madre, con su puntito de melodrama chapliniano, el espectador percibe enseguida que, siga el camino que siga el director, por ambos va a deparar a los espectadores una narración hiperfluida que lo tendrá siempre con la sonrisa en los labios y, en algunas ocasiones, como en las viejas grandes comedias del autor, con la carcajada, como el excelentísimo chiste de la profesión más vieja del mundo…

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A pesar de que Allen ha sabido clonarse en multitud de yoes con actores que lo han imitado descaradamente, el joven Timothée Chalamet, presentado como un canallesco y refinado producto del Upper class people from Manhattan, consigue, con un estilo propio, recrear fielmente las viejas interpretaciones del joven Allen por esos andurriales neoyorquinos, que parecen reverdecer en cada una de sus películas y convencernos de que la verdadera Nueva York es la de sus películas, más que la sentida en los paseos por sus calles y sus museos, quienes han tenido la fortuna de poder hacerlo. El nihilismo ácido del joven enamorado, que se desengaña poco a poco de que su «futuro» esté más allá de las fronteras del Hudson, el East y el Harlem, vehicula el poderoso escepticismo propio del autor, pero le deja espacio para que respire como el personaje singular que Allen pretende que sea. Hay algo familiar en el joven que seduce así aparece en pantalla, y su aire desenfadado e irreverente conecta a la perfección con el estilo «casual» —pronúnciese ka·zhoo·uhl— propio de la intelectualidad judía neoyorquina que representa el propio Allen.

En definitiva, una película sorprendentemente fluida y entretenida que, dado el espíritu sociosombrío con que entramos en el cine, nos levantó el ánimo como solo los grandes creadores de comedias saben conseguir. En Día de lluvia en New York, Allen recoge toda la sabiduría de una legión de creadores en quienes ha aprendido lo mejor de su oficio: Wilder, Lubitsch, etc. Y los espectadores hemos de darle las gracias por ello, y por hacernos pasar un rato tan agradable.

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A la salida, sin embargo, en la propia esquina de nuestra calle, volvimos a encontrarnos las barricadas y los contenedores incendiados de quienes dicen luchar en las filas de la revolución de las sonrisas… fascistas, porque el humor de esos vándalos es el humor de Mussolini y el de Hitler, no me cabe ninguna duda. Al final, está claro que ver la película de Allen fue un acto de resistencia democrática.

 

Juan Poz-FirmaPuedes seguir a Juan Poz en Twitter como @JuanPoz9 y también en su excelente blog de crítica cinematográfica «El Ojo Cosmológico de Juan Poz» y en su blog de crítica literaria «Diario de un artista desencajado»

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Autor- Juan PozImagen de cierre de artículos