El aburrimiento

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Se podría afirmar, sin temor a equivocarnos, que el aburrimiento es una facultad humana negativa desde el punto de vista del sentido común, ya que los animales no la poseen o por lo menos no es importante en el discurrir diario de sus vidas.

Los animales salvajes se pasan los días buscando alimento para ellos o para sus crías, persiguiendo a sus presas. Cuando las tienen y cuando están saciados se tumban a dormir o a jugar entre ellos, si son crías, o a buscar sexo. Poco más necesitan en sus vidas, y sus mentes se siente satisfechas de esta rutina diaria y la tienen ocupada en esos menesteres. Pero el hombre no se conforma con rutinas que acaban aburriéndole. La especie humana es inteligente, su mente no para de pensar ni un segundo ya sea intentando realizar sus quehaceres o trabajos diario lo mejor posible, obteniendo una compensación que le permita vivir de la mejor manera posible o alcanzar algún tipo de placer o reconocimiento, ya sea físico o espiritual. En tal sentido, se podría afirmar que el aburrimiento es un estado de ánimo negativo producido por falta de estímulo interior o exterior como por ejemplo: falta de ocupación o de distracción.

Se dice muchas veces, y no sin razón, que la especie humana no debería estar casi nunca preocupada por cosas que aún no han sucedido, aunque existan muchas probabilidades de que se lleguen a producir, sino ocupada en buscar algún tipo de solución o salvaguarda para las mismas ¿Qué se consigue? Olvidar las consecuencias negativas del probable problema, al estar ocupado en resolverlo.

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Rüdiger Safranski, escritor y filósofo alemán nacido en 1945, habla del aburrimiento en los siguientes términos: “el ser humano, a diferencia del animal, es un ser que puede aburrirse. Cuando hemos atendido lo necesario para la vida queda todavía una atención excedente que, si no encuentra sucesos o actividades adecuados, se dirige al paso mismo del tiempo. El tapiz de sucesos, que por lo regular está enlazado tupidamente y, por eso, encubre a la percepción el paso del tiempo, ha quedado entonces raído y deja la mirada libre para un tiempo supuestamente vacío. Al encuentro paralizante con el puro pasar del tiempo lo llamamos aburrimiento”. Todo ello viene a significar que cuando alguien se aburre, su tiempo aparenta detenerse o se relativiza en función de los pensamientos de su mente. El filósofo alemán lo denomina Langeweile que significa literalmente “rato largo” y podríamos decir que cuando nuestra mente queda vacía de contenido de recuerdos, acciones presentes o proyectos futuros con los sentimientos que los acompañan, entonces nuestra atención se centra en el mismísimo paso del tiempo como si fuera independiente de los sucesos, por mucho que el tiempo dejaría de “existir” si no los hubiera. Lo que sucede es que esa percepción se produce a causa de la falta de interés de esos sucesos debida a dos causas principales: la inapetencia del sujeto o el escaso interés del objeto. El gran filósofo alemán Artur Schopenhauer (1788-1860) tenía muy claro la importante relación que el aburrimiento mantiene con el tiempo en el sentido de que el aburrimiento nos permite experimentar el imponente paso del tiempo. Cuando alguien está aburrido y por mucho que lo intente, el tiempo no quiere pasar y la duración se hace muy larga. En cambio, esa misma duración que nos puede parecer eterna, cuando es entretenida se nos hace corta.

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Hasta la física teórica de hoy en día es poco proclive a considerar el tiempo como una magnitud absoluta que ya grandes sabios de la antigüedad como Aristóteles lo cuestionaban y solo lo admitía en relación a los cambios de los procesos. Kant consideraba el tiempo como una forma a priori de la sensibilidad. Para otros filósofos contemporáneos como el francés André Comte-Sponville, el tiempo solo existía en la conciencia. Jean-Paul Sartre defendía la tesis de que el pasado, el presente y el porvenir no existen en sí mismos, pues si así fuera, el tiempo no sería nada. Finalmente, Albert Einstein diría “para nosotros, físicos convencidos, la diferencia entre pasado, presente y futuro es solo una ilusión”. Todo ello nos lleva a concluir que el tiempo no es otra cosa que duración y que el “aburrimiento” es una forma de medir ese tiempo, esa duración que hacemos inconscientemente cuando nuestra atención abandona el contenido de la misma y se dirige exclusivamente al paso del tiempo mismo, aspecto que coincide con el tiempo físico en el sentido de que el tiempo es simplemente la duración de sucesos.

Pero esta duración de sucesos no sucede siempre igual pues no todos los individuos se aburren o entretienen por las mismas causas pues lo que para un individuo, por ejemplo la contemplación del mar durante un gran rato, es un disfrute, para otro es tedioso y está deseando irse a otra parte a jugar al dominó o al baloncesto. Para el primer individuo contemplar el mar han significado solo unos segundos, para el segundo ha sido una eternidad.

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Una forma de combatir tareas repetitivas, tedio y falta de ocupación, se podría hacer   cambiando las tareas o funciones con frecuencia si ello fuera posible; si no podemos realizar actos ejecutivos, procurar reflexionar sobre nuestro pasado cuando éramos niños o jóvenes; acudir al cine o ver películas ya visionadas para quedarnos con los detalles; a ser posible, ver las cosas u objetos en compañía de familiares, amigos y pareja con quien comentar: todo nos parecerá mejor y más bello. También, entretenerse en escribir, aunque solo sea en un diario. En tal sentido, el avance tecnológico puede ayudar a eliminar esas tareas repetitivas de muchas funciones operativas como archivo y vigilancia, sustituyéndolas por ordenadores y robots. Resumiendo, se podría decir que el aburrimiento surge como consecuencia de dos actores: el sujeto y el objeto y en una gran realidad; no todos los sujetos se aburren por igual, incluso lo que a unos les aburre a otros los entretiene y en relación del objeto, la cuestión, en muchos casos, puede ser mucho más sencilla pues si no nos gusta contemplar el mar, podernos entretenernos jugando al dominó o al baloncesto.

Está claro que cuando esperamos a alguien solemos aburrirnos y el tiempo se nos puede hacer largo, pero no siempre es así pues existe la espera relativa a un suceso que nos mantiene en tensión por medio de nuestra imaginación: “lo conoceré”; “habrá envejecido”; “me encontrará atractivo”; “voy a memorizar lo que le diré”… En esa espera se pueden producir pensamientos encontrados de amor, odio, ira, recuerdos agradables… pero no habrá aburrimiento.

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En Esperando a Godot (1953) de Samuel Beckett, queda muy bien representada la espera interminable de dos vagabundos que están esperando en el escenario algo, pero no saben si aparecerá o no, ni siquiera si existe, y lo mismo les sucede a los espectadores. Luego si no saben qué o a quién esperan se produce una indeterminación o el llamado “esperar vacío” que termina cuando los dos vagabundos empiezan a hablar entre ellos y dicen todas las tonterías que se les ocurre para hacer reír a los espectadores y sacarles de la indeterminación o de el “esperar vacío”, haciéndoles creer que ese era el esperado espectáculo. El aburrimiento había terminado para los vagabundos —ahora actores— y para el público —ahora espectadores.

A lo largo de la Historia aparecen distintas maneras de interpretar el aburrimiento, aunque en lo fundamental tienen ciertos parecidos. En la Edad Media se conocía como “acedia” y era considerado como un pecado de tozudez u obstinación. En definitiva, una cerrazón hacia las cosas importantes como podía ser el conocimiento de Dios, aunque solo el cinco o diez por ciento de la población lo padecía, o sea, los nobles, el clero, la burguesía y los terratenientes. Algo parecido sucedió en la edad moderna de los siglos XVIII y XIX, pues la mayor parte de los habitantes de todo el mundo estuvieron sometidos a unas condiciones de trabajo durísimas, sin que nadie tuviera tiempo de aburrirse, quedando constatado que quien trabaja o ejerce una profesión activa antes de las horas del sueño tiene muy pocas posibilidades de aburrirse. Montesquieu afirmaba que solo los nobles, cortesanos y ricos sufrían el azote del aburrimiento, lo mismo decía Rousseau cuando escribía que “el pueblo no se aburre porque lleva una vida activa” y los cortesanos, incluido el Rey, ya se preocupaban de entretenerse con payasos, bufones, representaciones teatrales, bailarinas, ópera, circo, etcétera.

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En la actualidad, no solo hay que divertir a los ricos, sino a todos los ciudadanos, pues la familia tiene una angustiosa necesidad de divertirse a través del cine, la TV, Internet, juegos de mesa, deporte, música, baile, viajes por todo el mundo, tertulias, etcétera. Todo ello produce a la vez un sinfín de profesiones muy apreciadas y famosas, de tal manera que los profesionales de hacer divertida la vida de la población gozan de un prestigio y estatus social impresionante y además no suelen aburrirse en su trabajo, incluso es frecuente que se diviertan también haciéndolo.

Tal como se ha comentado, la causa del aburrimiento suele venir de fuera, del exterior; por ejemplo nos podemos aburrir leyendo un libro, viendo una película o jugando al tenis. Por el contrario, la mayoría de personas se divierte realizándolo. Luego entonces, qué está pasando. Lo que divierte a unos, aburre a los otros; por lo tanto, tenemos que entender algo que nadie quiere aceptar: en muchos casos, el aburrimiento viene de dentro de nosotros mismos y solo nuestro “yo” puede combatirlo, casi siempre, con ayuda psicológica para conseguirlo. Con ello hemos llegado a la conclusión de que, en algunos casos, el aburrimiento es endógeno y no solamente eso, también es indeterminado por lo que no podemos pretender entenderlo y resolverlo desde un planteamiento físico o fisiológico. Si se quiere; habremos de introducirnos en un mundo metafísico, del que hablaba el filósofo alemán Martin Heidegger, autor de la impresionante obra Ser y tiempo al decir, más o menos, con estas palabras: Lo primero que se debe hacer, en esos casos, es despertar al aburrimiento, para que así se pueda analizar de forma metafísica pues en el aburrimiento, paradójicamente, están unidos los dos polos de la experiencia: el mundo como un todo y la experiencia particular de cada uno.

Volviendo a entrar en el análisis del aburrimiento, una forma sencilla de combatirlo ha de ser a base de no dejar vagar nuestro pensamiento sin un cierto control; trabajando y concentrando la mente en la excelencia de dicho trabajo y la satisfacción que sentiremos al realizarlo.

Alberto Vázquez-Firma

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Autor- AlbertoVázquez BragadoImagen de cierre de artículos