El racionalismo filosófico

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Racionalismo filosófico

La Filosofía (amor a la sabiduría) empieza su andadura en el momento en que algunos hombres se rebelan al no entender nada de lo que pasa en la naturaleza y sobre el comportamiento de su entorno, incluido el de los humanos de su alrededor.

Es la ocasión perfecta para dejar de preguntarse el “porqué”, que acaba llevándoles a un callejón sin salida, en la búsqueda de la verdad o del Creador de todo lo que les rodeaba pues su mente era incapaz de comprender  razonadamente y menos demostrar su existencia de forma fehaciente; así que solo les quedaban dos caminos: o aceptaban lo que veían o intuían como algo sobrenatural y lo aceptaban como un acto de Fe o se olvidaban de momento del “porqué” y centraban sus mentes y sus razonamientos en el “como”. ¿Cómo se formó el mundo y en qué momento? O también, de donde viene todo, incluido el hombre y hacia dónde va. Y dejan de empecinarse en la búsqueda de argumentos que expliquen o den sentido a la idea de un “Creador” del universo y su mundo, desviándose del camino de la filosofía para adentrarse en el de la teología como sugirió un monje franciscano de la Edad Media llamado Guillermo de Occam, allá por el siglo XIV, llegando a la conclusión que las afirmaciones científicas deberían estar sometidas al sistema de probabilidades y sería casi imposible alcanzar demostraciones en el campo moral y, con mayor motivo, intentar demostrar la existencia de un Dios omnipotente e inasequible a la razón, con lo que el insigne clérigo planteaba la separación entre “razón” y “fe”, o sea, la separación entre filosofía y teología; con lo cual rompía en mil pedazos la hipótesis escolástica de santo Tomás de Aquino que, a partir del pensamiento de Aristóteles, había establecido la idea de que era posible demostrar la existencia de Dios de forma razonada. Dicha idea o movimiento filosófico perduró en la Europa medieval desde el siglo XI al XVI, continuando en España hasta principios del XIX.

Precisamente a partir de la Revolución Francesa se puso en entredicho esa concepción de la ciencia, apareciendo nuevas corrientes filosóficas como el panteísmo de Spinoza o el positivismo de Comte, por lo que la escolástica tuvo que defenderse abogando por una “Ciencia Cristiana” que hiciese frente a las nuevas teorías y descubrimientos científicos, desde un punto de vista racional, a fin de limar las posibles contradicciones entre la Ciencia y las verdades reveladas. Fue el papa León XIII quien a través de la encíclica “Aeternis Patris” (1879), consideró la conveniencia de que la Iglesia Católica volviese a la doctrina “Escolástica” establecida por Tomás de Aquino para dar cabida de forma “científica” y propiciando una solución a las ciencias naturales y humanas, junto con la Fe.

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Pero salvo en unos pocos países como España, la Ciencia Cristiana no cuajó en la sociedad de su tiempo y se produce un avance incontenible en la forma de pensar liderado principalmente por el francés René Descartes (1596-1650) que es considerado el padre de la filosofía moderna al ser capaz de aglutinar las corrientes favorables a la idea de una filosofía propia e independiente que abandonara totalmente la idea de que la filosofía fuera capaz de ver, encontrar o acercarse a la verdad de un dios creador de todo, incluida la naturaleza, sino un dios formando parte de la misma. Significa por lo tanto el olvidarse de la teología.

En este sentido, Descartes inaugura una nueva época de la filosofía donde la filosofía y la razón tienen el camino expedito para su desarrollo que dio paso al racionalismo filosófico que a la vez tuvo enorme influencia en el racionalismo científico, no solo tuvo como representante a Descartes, sino a Leibniz, Espinosa y Malebranche y que duró desde el siglo XVII al XVIII en Europa continental. Importante resaltar que esta doctrina o pensamiento, no solo se opuso a la escolástica, sino al empirismo que se había desarrollado principalmente en Gran Bretaña con pensadores de la categoría de John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776). El primero considerado el fundador del empirismo y padre del liberalismo clásico y su pensamiento filosófico recoge la idea de que el único conocimiento con garantías que los humanos pueden tener es el conocimiento a posteriori, o sea, el conocimiento basado en la experiencia. Él enseñaba que la mente humana era como una “tabula rasa “ o un folio en blanco, a partir de cuyo momento el hombre podía escribir las experiencias sensoriales que le iban apareciendo a lo largo de su vida. Por su parte, David Hume intenta reducir todo el conocimiento en impresiones o ideas, sometidas en último término a los sentidos. Por el contrario, la idea de los racionalistas como Descartes afirma que todos nuestros conocimientos válidos y verdaderos, acerca de la realidad, no proceden de los sentidos, sino de la razón, o lo que es lo mismo, del mismísimo entendimiento.

Entrando ya en los fundamentos importantes del racionalismo, Descartes estructura su pensamiento en varias partes, siendo tres las que más interesan:

  1. La unidad de la razón y el método
  2. La duda y la primera verdad: “Pienso, luego existo”
  3. Las ideas

En la primera parte afirma que los distintos saberes y ciencias, no son autónomos y proceden de las diferentes manifestaciones de un único saber, y la inteligencia como herramienta suprema del hombre, puede actuar de dos maneras: por la intuición en forma de luz o instinto natural capaz de captar los conceptos simples de forma rápida y segura. No obstante, entre la interconexión de muchas intuiciones ha de actuar la segunda capacidad de la inteligencia que es la deducción que puede ordenar, comparar y analizar dichas conexiones y establecer certezas o bien hipótesis.

Sombra de Clío

En la segunda parte se analiza lo que Descartes llamó duda metódica o lo que supondría encontrar un punto de partida de una certeza absoluta a partir del cual construir un entramado, o sea, eliminar todo aquello de lo que se pueda dudar. Sorprendentemente, Descartes llegó a la conclusión de que no encontraba ningún elemento del que no dudara o lo que sería lo mismo, dudar de todos nuestros sentidos y conocimientos. Dicha conclusión dejó postrado al eminente sabio francés durante un largo periodo de tiempo hasta que se dio cuenta que precisamente la acción de pensar y dudar al mismo tiempo, era la única proposición a la que no encontraba ninguna duda. Por lo tanto, su “cogito ergo sum” o “pienso luego existo” aparecía como algo que no se podía falsear de ninguna de las maneras y por ese motivo, Descartes lo eligió como la primera verdad o como primer punto de partida para desarrollar con total confianza su famoso método.

En la tercera parte, Descartes da rienda suelta a las ideas como objeto del pensamiento. Y parte de una gran verdad: el yo como sujeto pensante y por lo tanto podemos pensar que el mundo existe, aunque en realidad no exista con lo cual solo nos queda como verdadero el pensamiento sin ninguna realidad exterior al mismo, y para poder avanzar en su análisis hay que apoyarse en las intuiciones que nos hablan de un mundo exterior, una Tierra con un sol que la alumbra, un espacio con extensión medible en largo, ancho y alto. Y si aparecen esas realidades en nuestro pensamiento cuando estamos despiertos que deberían considerarse verdaderas pues la intuición recoge sucesos externos procedentes de una experiencia o el resultado inconsciente de múltiples percepciones. Descartes afirmaba: “Por intuición entiendo, no el cambiante testimonio de los sentidos o el engañoso juicio de una imaginación que compone mal su objeto, sino la concepción tan fácil y distinta de que no queda duda alguna sobre lo que comprendemos: o, lo que es lo mismo, la concepción firme de un espíritu puro y atento, que nace de la sola luz de la razón y que, siendo más simple, es más segura que la deducción misma…”

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A partir de estos principios y otras deducciones escabrosas el filósofo francés encuentra la manera de profundizar en su racionalismo científico partiendo de la idea de que existe una sustancia infinita (Dios), una sustancia pensante (alma humana) y una sustancia extensa (el mundo material), de manera que, la mente actuaría sobre el cerebro a través de la glándula pineal estableciéndose una relación, que más tarde se llamaría dualismo cartesiano, entre mente y cuerpo. La dualidad que se produce es: El Sujeto se desarrolla a través de Mente –Cuerpo– para llegar al Objeto y mientras que la mente del sujeto solo es capaz de generar contenidos verdaderos para describir la realidad por medio de la razón; el Cuerpo necesita una realidad física para acceder al Objeto por razonamientos teóricos y leyes matemáticas, siendo medible y cuantificable. Resumiendo: En el pensamiento de Descartes, la mente y el cerebro son distintos, no son una misma cosa. La mente se encuentra fuera del cuerpo y da órdenes al cerebro que se encarga de ejecutarlas. Había nacido un pensamiento moderno que daba prioridad a los razonamientos y métodos matemáticos, era el llamado pensamiento mecanicista que culminó en la física newtoniana, partiendo de las tesis copernicanas del heliocentrismo o el considerar al Sol como el centro del universo conocido y aceptar el movimiento de la Tierra.

Sin embargo, donde surge el mayor potencial y la más importante aportación de Descartes es en las matemáticas y concretamente en la geometría que él interpreta como la intuición de un sistema de correspondencias entre álgebra y geometría que podría resolver cualquier problema de relaciones espaciales capaz de identificar numéricamente cualquier punto del espacio. En ese momento acababa de nacer el sistema cartesiano que podía representar en el espacio geométrico cualquier ecuación algebraica o sistema de coordenadas.

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En esa corriente filosófica del racionalismo aparecen otros dos grandes pensadores prácticamente coetáneos a Descartes, se trata del holandés Spinoza (1632-1677) y el alemán Leibniz (1646-1716) que profundizaron y aportaron nuevas ideas al pensamiento racionalista que no creía en un Dios creador fuera del “mundo” o fuera del “sistema”. Espinoza parte del razonamiento del filósofo francés de “res cogitans” y “res extensa” –“substancia mental” y “materia extensa”–, pero afirma que alma y cuerpo son una misma cosa y dice que la substancia es a la vez Dios y la propia Naturaleza, o dicho de otra manera, Espinoza cree que Dios y la Naturaleza es lo mismo, que engendra desde “sí y en sí” todas las cosas que han existido, existen y existirán. A esta forma de pensar, a ese pensamiento se le denominó Panteísmo.

Todo lo anterior, da pie a Leibniz a formular su idea del “Dios-Razón” y desarrollar un método basado en un lenguaje universal que elimine los falsos entendimientos y las contradicciones, y así resolver todas las diferencias religiosas, filosóficas y políticas, pues el pensador alemán está convencido de que, las verdades supremas, están tapadas o enmascaradas por equívocos que no nos dejan ver la verdad y la realidad que siempre es de naturaleza simple. Su análisis consiste en dividir la cuestión o problema en infinitas partes que se vayan definiendo sucesivamente hasta llegar a encontrar partes tan ínfimas en forma de átomos, imposibles de definir.

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De esta forma, y casi sin pretenderlo, el gran filósofo había sentado las bases para desarrollar una extensa y profunda filosofía donde las formulaciones matemáticas, con su lenguaje universal, podrían concluir que, “para Dios todo lo que es, es porqué puede ser”, siempre que no existan contradicciones o errores preconcebidos, y su funcionamiento sería parecido al de las computadoras u ordenadores de la actualidad con un único programador que lo ve todo desde el punto de vista de la “necesidad”. A partir de esta idea fundamental, Leibniz desarrollará su teoría de “las Mónadas” para entender la idea de Dios a partir de una unidad originaria. Y, por otro lado, desarrollar la matemática del momento hacia un nuevo método denominado “Cálculo Infinitesimal” que logró publicar antes que el mismísimo Newton que también perseguía la misma idea. Nueva matemática que sería imprescindible para el desarrollo de la física teórica y la mecánica cuántica que tanto han ayudado al conocimiento del universo.

 

Alberto Vázquez-Firma

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Alberto Vázquez Bragado. Residente en Barcelona. Licenciado en historia, UB 2007; Máster en Historia de la ciencia, UAB 2008; estudios de literatura, UB 2015.
Puedes seguir a Alberto Vázquez Bragado en Twitter como @BragVazquez

 

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