Vacunarse o no vacunarse, esa es la cuestión

Voy caminando por la calle y escucho a una señora decirle a otra: «a mí ya me tiene que tocar, porque paso de los 65, pero te digo la verdad… como sea la de AstraZeneca me da miedo». No es el primer comentario negativo que oigo sobre esa vacuna, de hecho en Twitter se leen cosas parecidas todos los días…

Pero claro Twitter no cuenta porque en Twitter cualquiera está dispuesto a escribir lo que sea con tal de hacerse el gracioso.

A veces me pregunto cuál es el verdadero sentir de la ciudadanía con respecto a las vacunas, porque, claro, en la tele nos ponen todos los días a señoras mayores pletóricas de optimismo y valor instándonos a vacunarnos y recalcándonos lo importante y necesario que es que lo hagamos todos. Sin embargo, en el día a día me da la impresión de que la mayoría de la gente no está demasiado por la labor. Al menos en el entorno en el que yo me muevo. Y es que no se trata de ser negacionista ni tampoco antivacunas, si no de tener un poco de sentido común y ver las cosas con una perspectiva más amplia de la que los medios nos muestran.

Por ejemplo; a los pocos meses de iniciarse la pandemia, todos, o prácticamente la inmensa mayoría de médicos y científicos, afirmaban que no habría una vacuna disponible antes de 2 o 3 años, que es, con suerte, el tiempo medio que se tarda en desarrollar una vacuna eficaz y segura, basándonos en la experiencia. Sin embargo, apenas un año más tarde, tenemos vacunas disponibles de diferentes farmacéuticas, y de todas se afirma que son eficaces y confiables. Menos de año y medio después del inicio de la pandemia, el mundo entero está inmerso en una campaña de vacunación, que parece ser que es lo único que podrá librarnos definitivamente del coronavirus. Como si realmente a las farmacéuticas les interesara acabar con las enfermedades, que a fin de cuentas son sus medios de ingresos.

Para colmo leemos a diario noticias sobre algunos efectos secundarios fatales (y cuando digo fatales quiero decir mortales) en personas recién vacunadas. Especialmente la antes mencionada AstraZeneca. Y claro uno se pregunta: ¿qué porcentaje es el real de esas personas afectadas por los efectos secundarios? Porque de todos es bien sabido que las noticias en la actualidad no son lo que se dice muy fiables, y si te dicen que ha habido 100 fallecimientos igual son 1000 o igual solo son 10, vete tú a saber. 

El caso es que en este año (o por lo menos a mí así me lo parece) se ha generado tal desconfianza que la gente ya no sabe qué creer y qué no creer, porque encima te dicen que te tienes que vacunar, pero las restricciones van a seguir siendo las mismas. Restricciones que por otra parte van modificándose y no siempre obedeciendo a criterios objetivos; por ejemplo, cerrar bares, cuando la incidencia ha bajado, y volver a abrirlos justo cuando está en un nivel más alto, para volver a cerrarlos a la semana siguiente y viceversa. Sin mencionar las dichosas mascarillas, que pasaron de ser innecesarias a ser poco eficaces, después a ser recomendables, y, finalmente obligatorias, y de las que estamos todos (dicho sea de paso) hasta los mismísimos. 

Eso por no hablar del caos que se está produciendo en algunas comunidades, como por ejemplo en Cataluña, donde corres el riesgo de vivir en Mataró y te mandan a vacunarte a Palafrugell, o a Viella, o a Berga. O como ha ocurrido en ciertos ayuntamientos, donde te vacunas inocentemente porque crees que te corresponde y te ves obligado a dimitir de tu confortable cargo público, ése que has alcanzado gracias a algún enchufe o a tu manifiesta ineptitud para desempeñar cualquier otro tipo de actividad en la vida.

Pero esa es otra cuestión, lo verdaderamente preocupante es si la vacuna nos va a proteger de verdad, o si corremos el riesgo de sufrir alguna mutación que nos habilite como candidatos para ingresar en los X-Men, o bien nos provoque una impotencia severa que ponga fin a nuestras aspiraciones eróticas, o nos obligue a recurrir a la pastillita azul, sumándose así los riesgos de los efectos secundarios y abriéndose un abanico de posibilidades inimaginables.

Cada vez detecto a más gente convencida de que somos cobayas, a más gente decidida a eludir la vacuna el mayor tiempo posible, a ver si mientras tanto al virus le da por autodestruirse, o acaba muriéndose de asco. O como ocurriera hace cien años con la gripe española, que, sin vacunas, la población acabó desarrollando una inmunidad colectiva que puso fin a la pandemia.

Sea como sea conviene no mostrarse demasiado escéptico y obedecer ciegamente a las autoridades sanitarias y políticas, que, como todo el mundo sabe, son mucho más sabios que nosotros y les preocupa nuestro bienestar más que a nosotros mismos. Aparte del peligro que supone atreverse a revelar indicios de que tenemos opinión propia y de que nos atrevemos, desafiando la corriente actual, a pensar por nuestra cuenta.

Que eso, además de estar muy mal visto, solo nos va a provocar dolores de cabeza. Dejémonos llevar por la corriente, que es lo más cómodo, práctico y, a la larga, productivo.

JORGE R. RUEDA

Puedes seguir al escritor Jorge Rodríguez Rueda en Facebook y en Twitter Si su novela, «Gente Corriente», no está disponible en tu librería habitual puedes adquirirla en Amazon.

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