La princesita de papá

La sonrisa de una niña anónima me alegró la tarde del lunes. No recuerdo si fue un día difícil, es más, la proximidad de la festividad del 12 de octubre presagiaba una de esas semanas raras en las que el descanso obligado rebaja la tensión. Sin embargo dos días después algo se me removió por dentro, no sé: llámenme lo que quieran.

Siempre que el tiempo me lo permite, acostumbro a salir a pasear una vez cumplidos los quehaceres diarios de obligado cumplimiento. Al trote cochinero, no vayan a pensar mal, eso si: ataviado correctamente y no con mis mejores galas deportivas obviamente, pues no consiste en insultar o humillar a nadie.

Atravieso tremendo parque donde casi siempre se celebra el 12 de Octubre. La Hispanidad está presente y latente en todo su esplendor y decadencia, lo cual no es ni malo ni bueno sino necesario, pues esa extensa zona lúdica como cualquier otra que ustedes conozcan, actúa como válvula de escape al estrés que la gran urbe que es Madrid, provoca en toda su gente.

La primera zona que atravieso está plagada de música, juegos, celebraciones, fiesta, tradición, alcohol, niños, Dios, comida, baile y familias en paz y armonía. La densidad de población impregna de olores el viaje de tal forma que a veces llegas a compartir el camino demasiado cerca. Sortear a gente se convierte en parte del entrenamiento vital.

Una vez tomas la primera escapatoria a la derecha bordeando los campos de fútbol respiro hondo, por fin aire limpio. Y mientras rodeo la fuente del gran chorro entro de lleno en la zona de los paseantes tranquilos. Perros por doquier, jóvenes amantes, pensadores, fotógrafos, pintores, patineteros suicidas, corredores pseudoprofesionales, jubilados y yo; estudiándolos a todos, tratando de clasificarlos en base a la escasa información que obtengo mientras nos cruzamos o los adelanto.

Deambulo a buen paso una vez que he conseguido concentrarme ya solo en mis propios pensamientos gracias al son de mi respiración. La música fuerte de la clase de zumba al aire libre o las emisoras de radio de allende los mares ya ni me distrae, ni me devuelve a la realidad. Curva cerrada de derechas muy cerca del agua del lago el cual refresca el ambiente que está por llegar. Subidita rompepiernas, un par de buenas vistas de la lejana Sierra de Madrid y salgo del parque. Comercios prósperos, buenos coches, garajes privados, servicios públicos, urbanizaciones cerradas, semáforos, menos ruido, zona noble, buenos edificios, sonido de padel, gente bien.

Cruzo el oasis y me adentro en otro parque diferente paralelo a la tapia del cementerio. Lo separan del anterior las inmensas avenidas que hacen de barrera invisible entre ambos mundos paralelos. Dos distritos hermanos con niveles de miseria parecidos en los que brota esa insultante isla de prosperidad. Gente consumiendo en terrazas de restaurantes con nombres en italiano, papás esperando a la salida del colegio de pago, franquicias de todas y cada una de las marcas de comida rápida, el Centro Comercial, las dos gasolineras y ese carril bici con el correspondiente espacio para peatones inquietos.

Dos días antes, en ese tramo cómodo y bien acondicionado, me crucé cuesta abajo, camino de la reentrada al parque principal esquina al tanatorio, con una niña aparentemente muy feliz subida en su bicicleta nueva color rosa de diferentes tonalidades. La joven e inexperta ciclista se aventuró a alejarse de sus padres, provocando por ese motivo un espectacular alarido por la proximidad de un paso de cebra. La niña desplegó sus piernas y arrastrando sus zapatos sobre el piso, controló la situación al menos diez metros antes del peligro, lo cual me provocó cierta alegría al ver cómo sin saber usar los frenos, ella gestionó el momento de crisis paterna con cierta solvencia. Nos miramos, sonrió, le correspondí y seguí mi camino.

Dos días después volví a ver a la  misma niña, aunque empujando con desgana su bicicleta nueva rosa de diferentes tonalidades y a sus padres, esta vez delante unos diez metros. No sé porqué, al volverla a ver a lo lejos me brotó la sonrisa recordando el momento y pensé: si me mira, le vuelvo a sonreír. De repente, su padre se gira hacia ella bruscamente, le arrebata la bicicleta, la sube en ella y la golpea dos veces muy fuerte en el trasero. La niña rompe a llorar desconsolada mientras su padre le grita y la insulta levantando la voz. Del movimiento, el bidón de agua cae al suelo y mientras la empuja para que le diera a los pedales, le vacía el contenido a chorro propulsándolo sobre su cabeza y su nuca de muy malas formas. La niña, al sentir el agua sube el tono de los lloros y ralentiza la marcha dando tiempo al padre a llegar de nuevo hasta ella. La vuelve a empujar por la espalda y la niña cae al suelo clavándose el manillar en las costillas. El padre la levantó violentamente y apartó la bicicleta nueva rosa de diferentes tonalidades de una patada, mientras le gritaba: “menudo día de mierda me estás dando, cabrona”

Yo pasé a la par de la madre, a la que miré fijamente a los ojos, buscando alguna reacción mientras la niña llorando a gritos desconsoladamente decía: “papá por favor, ya basta”, pero bajó la mirada y me quedé helado. Adelanté al padre y a su hija maltrecha, con su mano izquierda sobre su pecho mientras colgaba de la otra unido a la bestia. Mientras aceleraba el paso dudando qué hacer, el semáforo se puso en ámbar y corrí para no tener que esperar. Al otro lado, los gritos seguían. El paseo se había acabado justo en ese mismo instante y regresaban a su casa. Él delante, solo, muy enfadado. La niña, unos pasos detrás llorando sola. La madre, la última; llevando la bici nueva rosa de diferentes tonalidades del manillar, sin decir nada.

El silencio de la madre y su mirada ausente, unos días después, es lo que me trae por la calle de la amargura. No me dijo nada, no me transmitió nada, no hizo nada, y yo tampoco. Imagino que habrá muchos de ustedes que ya estarán sacando sus propias conclusiones y es lógico, pero: ¿quién soy yo para meterme en sus asuntos? Nadie. Ella es adulta, madre y mujer —y de ahí el respeto, que nunca el miedo—, es libre… ¿Y si me equivoco y me dejo llevar por aquello contra lo que a diario lucho? Es decir: ¿Y si mi intervención hubiera ayudado a fomentar el relato de los ofendiditos que nos gobiernan sin motivo? 

Por otro lado, el energúmeno es obvio que es un “valiente hijo de puta”, que suelta su rabia contra su hija de unos diez años y vete a saber porqué. Igual está en paro, o le ponen los cuernos, o su jefe es un cerdo, o es funcionario y no está contento con la subida que le ha prometido el Gobierno y además es de los que toman ansiolíticos… ¡Yo qué sé! El caso es que su comportamiento no me pareció normal. Fue muy desproporcionado. ¿Dos cachetes bien dados? Pues claro, pero lo que yo presencié escondía algo más. Y lo que es peor, justifica que unas piradas sectarias con cargo público, gracias a mamarrachos como este, dispongan para el año que viene de 600 millones de € para combatir lo que ellas y gran parte de la sociedad ha interiorizado como violencia de género cuando por encima de todo es violencia en general, y no debería haber necesidad de clasificarla para sacar rédito político, gestionando el dolor que causa, desarrollando los famosos chiringuitos que todos conocemos y muchos aborrecemos.

¿Hubiera golpeado de la misma manera a un niño? Sí y mil veces creo que sí ¿El violento es violento? En ese momento, sí… ¿La madre fue cómplice o víctima? Creo que ambas cosas. No sé: espero que la niña no guarde para siempre el triste recuerdo del día en que su padre la estampó contra el suelo, clavándose el manillar de su bici nueva rosa de diferentes tonalidades en las costillas, después de haber recibido un fuerte empujón, y de que le vaciaran a presión un bidón de agua sobre la cabeza y la nuca antes de recibir los dos cachetes de rigor, de esos que todos hemos probado y propiciado alguna vez como mandan los cánones, mientras su madre no hizo nada para protegerla o tan siquiera ayudarla.

FRANCISCO GÓMEZ VALENCIA

Puedes seguirle en Twitter en la cuenta @Sr_Gómez

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid en 1994 por lo tanto, Politólogo de profesión. Colaboro como Analista Político en medios radiofónicos y como Articulista de Opinión Política en diversos medios de prensa digital. De ideología caótica aunque siempre inclinado a la diestra con tintes de católico cultural poco comprometido, siento especialmente como España se descompone ante mis ojos sin poder hacer nada y me rebelo y me arranco a escribir y a hablar donde puedo y me dejan.

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